24 de abril de 2013

Bayern 4-0 Barça: Sangriento atropello en Múnich

 

Como el abuelo que le relata a su nieto historias de caballería, cuentos de guerra en los que se guarece en una trinchera o historias de feria en la que conquistó a su mujer, a día de hoy podemos decir que vimos jugar al Barcelona, a pesar de muchos, el mejor equipo de la historia. Y para ello, no hay que desempolvar la máquina del tiempo y retroceder numerosas décadas hasta los tiempos donde el color no estaba invitado: sólo un par de años atrás. Básicamente, ya nada es igual. Como en la segunda parte de una relación sentimental tras una reconciliación, todo ha cambiado.

Un Barça extenuado, moribundo y contemplativo pereció en Múnich ante una apisonadora con defensa de acorazado llamada Bayern. La luz de este Barcelona, no es que se apagara para siempre, pues el título de Liga a buen seguro que se logrará, pero sí luminó en una intensidad lúgubre en un resquebrajado hilo de tungsteno que aguanta como este equipo siempre aguantó la presión mediática y las adversidades.

No diré aquello del fin del Pep Team, pues éste acabó hace ya un año, cuando Guardiola anunció su adiós. El Barça es el ocaso de un gran equipo, sin capitán en el banquilo, sin líder espiritual y que empieza a instaurarse en la autocomplacencia. Tito Vilanova, quien superó afortunadamente sus problemas de salud, ha demostrado ser un fantástico entrenador pero la sombra de Guardiola es demasiado grande para ser suplida. Desdiciendo a Toni Freixa, Vilanova no ha superado a Guardiola. En títulos le harán falta muchos años, pero en esencia es inigualable. Este Barça, con los pertinentes cambios en el vestuario que se avecinan este verano, seguirá ganando pero nada será igual.

No hace mucho escuché a mi siempre idolatrado Ronaldo (el brasileño, no el otro) decir que en fútbol es muy difícil mantenerse a tan alto nivel durante mucho tiempo. Los jugadores han cambiado en estos cinco años, Xavi ha envejecido futbolísiticamente y ayer intentó zafarse de una inminente vejez futbolística que le reclamaba lo suyo. Puyol decididamente no está y dudo que llegue a los 40, porque su caprichosa rodilla puede colapsarse como este equipo lo hizo ayer en Baviera. Messi estuvo desbordado pero se topó de bruces contra una agigantada muralla que custodiaba el fortín de la portería alemana.

No nos engañemos. Los últimos resultados en Liga ante Zaragoza y Levante no convencieron ni a los propios jugadores. Con la tranquilidad que supone tener un colchón de 13 puntos, el torneo nacional no parece preocuparle a nadie. Pero en Europa no se perdona. El tiempo no sólo ha desgastado a los jugadores, a otros les ha limitado su nivel y les ha desprovisto de ideas, dándole el golpe de gracia a algunas ya desactualizadas. Al borde del ostracismo deportivo, los ataques a la desesperada del Barça están carentes de ideas y de rigor táctico, liderados por un Messi desaparecido en combate. Un trasunto con idéntico resultado a la final de Atenas en 1994.

A modo de símil taurino, el nefasto y funesto partido de anoche recordó por momentos a una corrida de toros en la que el Bayern, vestido de rojo, era el maestro embadurnado en sangre tras los despiadados sablazos propinados al astado, encarnado en la piel del Barça. Un equipo hierático y agonizante, víctima del tiempo, regido por la autogestión y que yació con un vacío de poder en el banquillo y en el palco. Muchos jugadores han perdido el combustible de otrora, dando sus mejores años de sí. El Barça, personificado en Messi, tuteó con la muerte, desplomándose sobre el césped de Múnich, desarbolado física, táctica y técnicamente, es decir, en las tres parcelas inherentes en todo partido de fútbol.

No es día para hablar de táctica, ni de la soledad de Busquets en el centro del campo, ni del mal perder de Jordi Alba, ni de la consumación de Iniesta siempre con una sonrisa ante su verdugo de la noche Javi Martínez, ni de un efímero Alexis Sánchez, ni de un Bartra que se doctoró y, de hecho, tuvo las dos únicas ocasiones de peligro del Barça en todo el encuentro, ni de un Piqué tan falto de ideas como de pelos en la cabeza y tampoco de un Xavi a quien la madurez le ha arrebatado su quirúrgica puntería.

Es arriesgado decir que este partido supone un fin de ciclo. La finalización de una etapa o período de un equipo son palabras muy drásticas, que no se pueden juzgar en función de un resultado concreto. Dicho de otro modo, esta temporada en general ha sido un fin de ciclo del Barça. Una Liga con sabor agridulce. Todo empezó con la derrota ante el Real Madrid en la Supercopa, seguido de la recaída de Tito, el tropiezo ante el Milan en San Siro, los dos golpes de efecto del Real Madrid y jugadores como Villa o Alexis en un nivel preocupante, todo aderezado con el letal veneno del partido de anoche.

Gary Lineker, mito inglés del Barça de los 80, espetó ayer una frase no exenta de la siempre contumaz ironía inglesa. Uno de estos equipos necesita a Guardiola, y no es el Bayern. Suspicaz a la par de verosímil es esta idea que contrasta con la realidad. El mentor de este Barça, el artífice de los éxitos y el cerebro de la maquinaria, Guardiola, será el comandante la próxima temporada de quien ha sido verdaderamente el auténtico verdugo de un Barça terminal inmerso en un agónico fin de ciclo; un excelso Bayern. El fútbol te devuelve lo que te quita. Al Bayern le arrebató dos finales en los últimos años, una de ellas incluso en su propio feudo. Este año serán los campeones. Ya lo son simbólicamente por haber destronado al Barça y el 28 de mayo lo serán deportivamente. Se seguirá ganando, pero con la magia apagada. Sencillamente, nada será igual. 

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