7 de mayo de 2015

Cuando el amor golpea dos veces


Dicen que los grandes cracks aparecen en los momentos decisivos. Dos jugadas bastaron al astro argentino para hacer justicia a dicho aforismo. Lo de anoche era una cita especial, un reencuentro con un antiguo amor de verano rubricado con un colofón memorable. Guardiola lo vaticinó: Messi es imposible de parar. Y acertó. Con toda probabilidad, el de Santpedor sería anoche el único culé de la faz de la Tierra que no exteriorizó sus sentimientos. Había que reprimirse o, mejor dicho, guardar las formas. Con absoluta entereza y estoicidad, Guardiola claudicó ante el que un día fue su pupilo. Y lo hizo como en los viejos tiempos: con clase, mucha clase.

Los amores dormidos siguen latentes a pesar de la erosión del tiempo y subyugando a lo que los antiguos llamaban Fatum, el destino, nos tenga deparado. Ni un alud de acontecimientos inesperados, ni un contrato con un equipo bávaro puede aletargar tales sentimientos que no se evaporan, presa del olvido. Los recuerdos permanecen adormecidos. Todo su esplendor de matices y sensaciones se despiertan al volver a ese lugar, ese espacio donde un día lo fuimos todo. Es ahí cuando toda esa amalgama de pequeños flashbacks resurgen y nos transportan en el tiempo. Tiempos en los que escribimos nuestra leyenda con letra dorada en la historia del fútbol.

Messi lo sabía. Y Boateng ni lo esperaba. Con música celestial dirigió una orquesta de ensueño para repetir un estribillo que ya empieza a ser pegadizo. Eran días de recuerdos, no sólo por el aniversario de la marcha de Pep tres años atrás, sino también por la bajada a los terrenos de juego del Dios del Fútbol. Fue en Stamford Bridge y personalizado en la figura de Andrés Iniesta. Esta noche mágica lo haría en la figura de Messi, con Guardiola, otrora mentor, ahora invitado de excepción como testigo hierático de la noche. La palabra rival es un error. Concíbámolos, mejor, como el reencuentro amistoso de dos personas que un día fueron una. Lejos de reproches o de fingir aspavientos de superioridad, es mejor disfrutar de la sensación de armonía que sigue el conocer que ambos caminos siguen un prometedor destino.

Resultó extraño ver salir a Guardiola del túnel de vestuarios y emprender camino hacia el banquillo visitante. Fue una noche de contrastes de sensaciones: competición, revancha, reencuentro entre hermanos y de evocar viejos sentimientos. Una noche de reencuentros también con el Bayern, que se volvería a reunir con la historia al recordar una de las páginas más negras de su historia en la final de la Champions de 1999. A citas inolvidables como las de Göteborg, Kaiserslautern, Milán, Chelsea y Real Madrid se le unirá a partir de hoy la de Bayern de Múnich. No sólo por casi certificar el pase a la final de Berlín, sino por el reencuentro con un antiguo amor que yacerá indeleble en la hemeroteca del barcelonismo por los siglos de los siglos.

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